jueves, 24 de mayo de 2012


Patricio Valdés Marín



La economía trata de la explotación de los recursos naturales para transformarlos en bienes y servicios con el objeto de satisfacer las múltiples necesidades de la población humana. Es un arte más que una ciencia, y se refiere a la actividad colectiva donde la sociedad entera participa en sus procesos de producción, intercambio, distribución y consumo a través del dominio, control, gestión, organización y administración de los factores de producción. También la sociedad participa en el establecimiento de un mercado para la comercialización de dichos bienes y servicios. Puesto que el control de la economía demanda poder y también confiere poder, genera un permanente conflicto entre las clases sociales, el que suele subir de tono.


Los mitos bíblicos que sustentan la economía moderna  


Los mitos nos sirven para explicarnos los fundamentos de la misteriosa realidad en una forma tan significativa que nos aparecen cercana a nuestra cotidiana experiencia. Aunque ellos son necesariamente interpretaciones parciales de la realidad, sirven para que podamos acercarnos a su comprensión, permitiéndonos actuar en consonancia. Por consiguiente, los mitos en los que llegamos a creer llegan a determinar en último término nuestra acción. En la cultura occidental la economía es una actividad humana que está especialmente sustentada en los mitos del paraíso relatados en el libro del Génesis y que han tenido enorme influencia en moldear nuestras creencias y valores. Allí existen mitos acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, del trabajo y de la posibilidad de recuperar el paraíso perdido a través de la actividad económica.

En relación a la naturaleza, es potente el mito del libro del Génesis: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra»” (Gen 1, 27-28). Desde el punto de vista económico, este mito supone desde luego que la naturaleza es distinta de Dios ―a diferencia de la concepción que se tiene de ella por parte de pueblos primitivos que la consideran sagrada por contener en sí múltiples divinidades― pero, además, que ha sido entregada al ser humano para disponer de ella en su propio beneficio, y que su explotación no tiene límites, pues es una donación divina.

Adicionalmente, el mérito que tiene este mito es comprender exactamente la esencia de la economía. En efecto, la economía se define en términos de sometimiento y dominio. De este modo, el “someted y dominad” describe propiamente el ámbito de la economía. La economía es dominio sobre los recursos naturales, sobre el trabajo que los transforma en bienes y servicios, sobre el conocimiento para explotarlos y transformarlos, sobre el mercado donde éstos se distribuyen para el consumo y la satisfacción de la multiplicidad de necesidades humanas, todo ello con el objeto de ejercer irrestrictamente el poder que tanto individuos como colectividades logran capitalizar sin mayores consideraciones de tipo ético o social, como un derecho natural dado por Dios. A regañadientes se acepta la legislación restrictiva a la actividad económica.

El mismo libro del Génesis es fuente del mito que para comer se debe trabajar y que el trabajo es esfuerzo y sufrimiento. “Al hombre (Dios) le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: no comas de él, por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te daré espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que eres polvo, y al polvo volverás»” (Gen 3, 17-19). Aunque probablemente no única, la identificación de trabajo con sufrimiento es propia de la cultura occidental. El esfuerzo que demanda el trabajo se considera doloroso. Probablemente, otras culturas podrían suponer que se trata más bien de un juego o de un medio de reconocimiento social. De este modo, el someted y dominad bíblico es recíprocamente esfuerzo y dolor. Un venado pasta, un lobo caza, un ave anida, y ejecutan estas acciones con gusto. Pero sólo el ser humano trabaja. Se supone que sólo mediante un trabajo esforzado y duro es posible transformar las cosas naturales en cosas artificiales que permitan satisfacer mejor las necesidades humanas. La cultura occidental enfatiza la disciplina laboral, y desde la infancia los niños aprenden hábitos de trabajo, siendo su deber asistir a largas y aburridas clases, hacer tareas y reducir el juego natural de la infancia a una pequeña porción del tiempo disponible.

Sin embargo, desde la revolución industrial, que ha demandado el trabajo de millones de seres humanos, pero que ha posibilitado innumerables formas de trabajo, ha emergido la idea de que el trabajo es también algo, no sólo gratificador, sino que realizador. Muchos profesionales dedican su vida a perseguir metas difíciles y laboriosas por una cierta “vocación” que los impulsa a este esfuerzo que procura muchas compensaciones de orden existencial. Desde la Primera guerra mundial la mujer aprendió que podía desempeñar trabajos reservados para hombres, permitiéndole no sólo su propia realización vocacional, sino que también su independencia económica.

También en el libro del Génesis se encuentra otro mito, el referido a la descripción del Paraíso. Podemos leer: “Plantó luego Yahvé un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo Yahvé brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar... Salía de Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos... Tomó pues, Yahvé al hombre, y lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase” (Gen 2, 28-15). Pero más adelante en el relato, nos enteramos que la primera pareja fue castigada con la pérdida del Paraíso por desobedecer a Dios. Este mito no sólo intenta explicar nuestra condición humana de sufrimiento, dolor y muerte, sino que también apunta a un destino que supera tales males y que había sido perdido por la desobediencia de origen.

Recogiendo este perenne anhelo, el mito milenarista concibe la posibilidad de retornar al paraíso perdido. El paraíso se concibe como un estado de paz y armonía donde la vida transcurre llena de felicidad y abundancia. El mito decimonónico ha hecho suyo el mito milenarista, agregándole que a través del trabajo y la mecanización se conseguirá la abundancia y la satisfacción de las necesidades materiales para todos. Incluso en pleno siglo veinte se llegó a pensar que la tecnología y la automatización podrían hasta reemplazar el esfuerzo humano y obtener los productos necesarios para toda la humanidad. El mito socialista le había agregado por mano de Lenin: “de cada uno de acuerdo a su capacidad, a cada uno de acuerdo a su necesidad”. De este modo, en el socialismo ha surgido la creencia que es posible el esfuerzo solidario y compartir lo producido según las necesidades individuales.

El mito del dominio y el mito del Paraíso, que se contradicen en cuanto la economía engloba fuerzas sociales tanto centrípetas como centrífugas, deben convivir forzadamente. La economía es fuente tanto de esfuerzo solidario como de la más vil explotación.

Si la economía era una materia escasamente desarrollada en el mundo tribal primitivo, reduciéndose a actividades colectivas de caza y recolección, en la actualidad de la economía neoliberal y de la economía globalizada, hay quienes creen que ella podría superar los antagonismos humanos siempre que se pudiera establecer el libre mercado y la total apertura económica. Sin embargo, de modo similar al fascismo, el comunismo o el nazismo, esta utopía está condenada a fracasar en este intento. El neoliberalismo impone una concepción del ser humano que parte del positivismo inglés de un individuo egoísta, quien, persiguiendo su propia satisfacción, consigue sin siquiera buscarlo la satisfacción de todos.

Pero olvida que el capitalismo, que está detrás de él, privilegia a los poseedores del capital en desmedro del trabajado, generando inconmensurables diferencias entre ricos y pobres. Omite además la tendencia centrípeta del afán por la supervivencia y la reproducción, que en un medio tribal se hacía de modo solidario y cooperativo, es potenciada en el medio completamente individualista de la economía neoliberal. Además deforma el pensamiento político al sostener que la economía es una actividad individual que es ajena a la sociedad civil y es independiente del Estado. Por último supone, sin crítica alguna, que crea las condiciones de libertad para que cada cual pueda trabajar y, a través de su esfuerzo, obtener los medios para satisfacer sus necesidades, en circunstancias que quien realiza el trabajo sólo obtiene una participación muy menguada de la riqueza que produce.


Reflexiones sobre la economía


La primera reflexión que cabría hacer sobre la economía es que ésta es una actividad humana que intenta liberarnos del determinismo biológico de la supervivencia, que es común a todos los seres vivientes. Este determinismo lleva a los seres vivos a satisfacer sus necesidades vitales en un medio que necesariamente contiene algunos recursos vitales escasos, cumpliéndose el principio evolutivo de la supervivencia del más apto en un ambiente de competencia. Si los recursos fueran más abundantes, el número de comensales aumentaría, con lo que se volvería al nivel de escasez inicial y a la competencia, indicando que la economía libera, pero a costa de conflictos.

Desde el punto de vista puramente fisiológico, el ser humano pertenece a la especie de seres vivos menos adaptada de todas a un medio particular. Sin embargo, su inteligencia abstracta y racional, que lo distingue de todas las otras especies, le permite ser la especie más flexible y dúctil para vivir en distintos ambientes. Crea tecnologías, que no son otra cosa que extensiones de su cuerpo, y se empeña trabajando para explotar distintos nichos ecológicos, es decir, distintos recursos naturales, resultando ser usualmente más eficiente que los competidores de otras especies en el nicho que elige para depredar o, que es lo mismo, utilizar.

Además, la inteligencia humana, a diferencia de la de los animales, que viven exclusivamente en el presente, es capaz de desarrollar proyectos de futuro en base a la experiencia obtenida y la experimentación. La economía es entonces la actividad humana dedicada a explotar racionalmente los recursos naturales, no sólo para satisfacer las necesidades de una población humana en forma inmediata (como es el caso de los animales), sino también para asegurar que estas necesidades serán satisfechas en el futuro.

La actividad económica, aunque es social y colectiva, no es necesariamente fraternal. Los sistemas económicos son socialmente injustos, favoreciendo a algunos más que a otros. Los bienes y servicios son relativamente escasos y no alcanzan para todos, quedando algunos con abundancias y muchos con carencias. La producción requiere trabajo, que es una actividad humana que implica esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, y debe ser forzada de alguna u otra manera, pero que se resume en el adagio paulino “quien no trabaja, no come”. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos humanos está la economía. Los pueblos más civilizados se caracterizan por la búsqueda de la justicia, la equidad y la fraternidad, y tratan de dar solución a los siete pecados capitales (lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia) que contiene la economía en su búsqueda del bien común.

Una serie de preguntas están detrás de la economía: ¿Cómo utilizar recursos? ¿Cómo explotarlos mejor? ¿Cómo hacer trabajar a los seres humanos, quienes son más dados a la indolencia y al juego? ¿Cómo organizar el trabajo para que sea más productivo? ¿Cómo obtener mayores beneficios de lo que se produce? ¿Cómo establecer mercados? ¿Cómo acceder a los mercados? ¿Cómo no sólo mantenerse allí, sino que incrementarlos y mejorar su posicionamiento? Y últimamente, ¿cómo producir más sin dañar a la naturaleza?

Todas estas preguntas pueden englobarse en una sola: ¿cómo desarrollar la economía y hacerla crecer?, pues, “crecimiento” aparece como la palabra clave de la economía moderna. La economía no es una actividad estática relativa a la producción y distribución de bienes y servicios, sino que se trata del dominio, control, gestión, organización y administración creciente de los factores de la producción de mayores y más variados bienes y servicios a partir de recursos naturales y humanos, y también de establecer mejores y distintos mercados donde distribuir y comercializar lo producido.

Sin duda, entre las fuerzas que intervienen en la economía la principal proviene de la misma actividad humana. Ésta actúa ya sea directamente, como fuerza muscular, ya sea dirigiendo y controlando las fuerzas tanto naturales como humanas que son utilizadas en los procesos de obtención, elaboración y distribución de productos, ya sea inventando técnicas y creando tecnologías para obtener productos nuevos, mejores y más económicos. Aunque la actividad laboral es fuente de gran gozo cuando se domina el arte de transformar las cosas, se aprecia el producto terminado, se colabora en un esfuerzo común y se obtiene la retribución por el esfuerzo comprometido, la industrialización impone una desagradable carga y rutina al trabajador, siendo el ritmo de la máquina la que marca la cadencia a su actividad, pues está más interesada en producir más al menor costo posible, relegando a la trastienda los elementos que hacen grato el trabajo.

Lo producido por la actividad económica son cosas y acciones, estructuras y fuerzas, que los economistas llaman “bienes” y “servicios”. Lo que distingue a estas cosas del resto es que, en primer lugar, son productos de la actividad humana y, en segundo término, son utilitarias, es decir, sirven para satisfacer necesidades concretas de los seres humanos. En este segundo respecto toda cosa que, en último término, sirve para satisfacer necesidades humanas constituye una riqueza, concepto sobre el que se volverá más adelante. Las necesidades humanas conforman el motor de la actividad económica, pues inducen a producir los bienes y servicios que permiten satisfacerlas.

La economía tiene numerosos actores humanos. Estos comandan los recursos, están tras la producción y distribución de los bienes y servicios y también están en el consumo o ahorro de lo que se produce. De ahí podemos distinguir a trabajadores, inversionistas, terratenientes, gestores, productores, profesionales, inventores, policías, planificadores, comerciantes, consumidores, ahorrantes, burócratas, etc. También podemos distinguir entre la fábrica, la oficina y el mercado. En la fábrica las materias primas son transformadas en bienes. En la oficina el conocimiento se convierte en servicios. En el mercado, que es el lugar donde los distintos recursos y la variedad de los bienes y servicios que se produce se convierten en mercancías, el conjunto de actores económicos se reúnen en compradores y vendedores de mercancías. Usualmente, el lugar donde opera el mercado no es físico, sino que virtual. Allí los productores se relacionan con los consumidores a través de los bienes y servicios.

Todo lo expresado más arriba puede ser encontrado en textos introductorios de economía. Pero habría que ser terriblemente ingenuo si supusiéramos que la economía tratara simplemente de la organización social y tecnológica destinada a la satisfacción de las necesidades materiales de los seres humanos. Los humanos somos seres terriblemente complejos. A diferencia de los animales, estamos conscientes de que somos mortales y de que algún día moriremos, dando bruscamente término a todo el esfuerzo desempeñado durante toda una vida con el único objetivo de sobrevivir.

Desde luego, no nos conformamos de ninguna manera con el hecho aterrador de que la muerte representa el fracaso más rotundo de todos los esfuerzos desplegados para nuestra supervivencia individual. Muchos harán lo indecible para impugnar y hasta negar al manifiesto destino inscrito en nuestro genoma biológico. Buscaremos toda forma que nos asegure de alguna manera u otra la eternidad. El poder, la gloria y la riqueza han sido los recursos favoritos que los seres humanos han buscado en sus vanos intentos por conseguir la vida inmortal. De allí que el concepto “necesidad humana” sea tan amplio que abarca desde la indigencia más total hasta la pequeñísima privación que existe para la superabundancia, desde la miseria más abyecta hasta la mínima carencia que falta para abarcar toda la infinita gama de la diversidad posible. Para quien, siendo fatalmente limitado y mortal, pretende la gloria y la inmortalidad a través de la posesión de riquezas, las necesidades son imposibles de satisfacer.

Por consiguiente, un hecho que muy pocos estarían dispuestos a reconocer es que la economía, más que vincularse objetivamente con la producción y distribución de bienes y servicios, contiene una carga de irracionalidad y egoísmo que se manifiesta, por ejemplo, en fundarse sobre el concepto netamente burgués del derecho inalienable sobre la propiedad privada, aunque degrade valores antropológicos vitales, como la solidaridad. Detrás de la defensa absurda de este pretendido derecho se encuentra el pavor a la muerte y el ansia irracional por la inmortalidad. Si los bienes materiales son así definidos porque sirven para que los seres humanos puedan sobrevivir y proyectarse, no existe justificación ética alguna para que aquellos se destinen para asegurar una supuesta inmortalidad.

Si las riquezas son limitadas en razón de su escasez o su costo, las necesidades satisfechas en demasía relativa de un individuo significa la insatisfacción relativa de las necesidades de otro individuo. Los mismos productos, que son en sí mismos relativamente escasos, sirven para satisfacer alternativamente las necesidades de distintos consumidores. Un producto se consume en el mismo acto de satisfacer una necesidad, y no puede, por tanto, satisfacer otra necesidad simultáneamente. Por otra parte, todo producto tiene una determinada vida útil; ésta se acorta o se acaba cuando es consumida.

La economía se vincula con la política para resolver el problema de quien, en último término, será el consumidor privilegiado que logrará satisfacer alguna necesidad en particular. El Estado, que tiene el poder para dirigir, controlar y regular la actividad económica, es visto por grupos de poder como el medio para mejorar su relativa condición económica y obtener algún privilegio. Si el Estado se funda en la democracia, que es el único régimen político que está en función de los derechos humanos, entonces la guía para su accionar político es el bien común; en cambio, si se funda en, digamos, el neoliberalismo, entonces no debemos escandalizarnos que sea el beneficio del capital privado el principio de su ordenamiento político.

No corresponde a la función del pensamiento económico analizar cuáles son las necesidades humanas que deben ser satisfechas, cuáles son prioritarias o cuáles constituyen derechos inalienables de las personas, dejando estos tópicos sin tocar, pues pertenecen, desde el punto de vista teórico, a la ética y, desde el punto de vista práctico, a la política. Desde sus respectivas perspectivas, ambos intervienen en el ámbito de los intereses individuales de supervivencia y reproducción y de los intereses colectivos de subsistencia que comprenden el bien común. No obstante, cuando el poder político aplica algún modelo económico, se producen fuerzas tan poderosas que intervienen directamente sobre estos intereses, muchas veces desequilibrándolos y distorsionándolos, y generando incluso injusticias, despilfarros, carestías, daños ecológicos y hasta guerras.


Economía, sociedad y Estado


Una característica esencial de la economía en general es la de ser una actividad colectiva. Son los individuos las unidades discretas últimas que conforman la fuerza laboral, que constituyen la empresa, que la gestionan con mayor o menor eficiencia, que poseen los conocimientos técnicos, que desarrollan e innovan en tecnologías, que adquieren los derechos de explotación de las riquezas naturales, que arriesgan su capital, que distribuyen, comercian y publicitan los productos y que, por último, consumen los productos finales. En este sentido, la estructura económica depende de la estructura social por estar constituida por las mismas unidades discretas, los seres humanos. Se debe agregar que la sociedad organizada políticamente conforma una estructura socio-política de la que el Estado es el que regula la actividad económica, cobra impuestos y efectúa gastos significativos.

En una economía de mercado los agentes económicos que venden y compran concurren en un mercado que supuestamente debe estar libre de toda presión, en especial la del Estado. Es decir, no debe existir otra presión más que el interés individual de dichos agentes, de modo que el mercado pueda operar según la oferta y la demanda que allí se genera, y que termina por establecer la escala de precios, los que sirven también como señales para regular los volúmenes que se ofrecen y demandan. Sin embargo, la dicotomía Estado-mercado es simbólica, pues los dos conceptos no son equivalentes y se refieren a entidades que existen en escalas distintas, estando el Estado en una escala que comprende el mercado. En efecto, el Estado tiene como referencia los seres humanos en tanto individuos sociales, políticos y económicos, mientras que el mercado tiene como referencia los agentes económicos en tanto productores y consumidores de bienes y servicios. En este sentido, un ciudadano no es equiparable a un consumidor. Un ciudadano es una persona que como miembro de una sociedad civil es sujeto de deberes y derechos. Un consumidor es un individuo que participa en el mercado según las reglas que éste establece. Un contribuyente está equivocado cuando demanda al Estado porque considera que no le está dando el servicio que espera; un contribuyente es primeramente un ciudadano y no un consumidor.

La actividad colectiva se hace necesaria para organizar, dirigir, gestionar, administrar y controlar las diversas fuerzas requeridas para crear riqueza, esto es, para transformar materias primas en cosas útiles. Desde siempre las partidas de caza y las tareas de recolección, a través de las cuales se obtenía el sustento, eran normalmente empresas colectivas y participaban en ellas todos los miembros del grupo social de una u otra manera, siendo el compartir el alimento, sentados a la mesa, una señal de convivencia y solidaridad. Las artesanías ampliaron el impacto colectivo cuando se especializaron y lograron mayor productividad, lo que promovió la necesidad por el intercambio comercial más allá del simple trueque, o del dar y recibir.

La agricultura, como cualquier otra actividad económica, es una actividad altamente social por cuanto requiere trabajo colectivo, aprendizaje de tecnologías acerca de siembras, cosechas, riego, etc., protección de los cultivos y las cosechas, transportes, mercados, seguridad de obtener beneficios por el trabajo desarrollado en el curso de un largo tiempo. La economía industrial depende de una estructuración social aún más compleja en cuanto al uso de capital, materia prima, mano de obra, organización empresarial, tecnología, infraestructura de energía, transportes y comunicaciones, mercadeo, comercialización. Además, aquélla incrementa la tendencia de una economía agrícola para trascender las barreras geográficas y nacionales, al menos en cuanto a mercados, tecnologías, capitales y empresas. Esto significa, por otro lado, que, antes y ahora, la mano de obra y muchos recursos naturales, como la tierra cultivable, los pastizales, el agua, etc., pertenecen, por lo general, a una zona geográfica determinada y, consecuentemente, no son exportables.

Una de las funciones principales de la estructura socio-política es la actividad económica. A través de ésta los individuos que la componen pueden sobrevivir y aquélla puede subsistir. De hecho existen organizaciones sociales cuya función exclusiva es la actividad económica, como las empresas productivas y comerciales, y no existe prácticamente organización social en la que la función económica no sea ejercida, lo que no quiere decir que los seres humanos se relacionen puramente en función de la economía. Un modo de producción se impone cuando determinadas condiciones de recursos económicos, tecnologías y mercados son favorables para quienes controlan algún factor de la economía, y quienes lo controlan lo hacen por estar en condiciones favorables para el modo de producción que se llega a imponer.

Las necesidades de supervivencia y reproducción individual y de subsistencia de la sociedad constituyen fuerzas poderosas que gravitan esencialmente sobre la economía. Puesto que la economía conforma sistemas particulares y determinados según condiciones ideológicas, tecnológicas y de recursos humanos y naturales, la mayor o menor adecuación y adaptación a las condiciones económicas predominantes por parte de un individuo, un grupo social, una nación o una región del mundo determina su relativo éxito o fracaso. Una falla en un componente decisivo de la estructura económica puede hacer colapsar toda la estructura social. Por otra parte, existen actividades económicas menos frágiles a embates económicos, y que poseen gran autonomía básica y autarquía, como las de un campesino, un pescador o un recolector a un nivel de auto-subsistencia.

La actividad económica tiene por finalidad, no el perfecto funcionamiento de ella misma, ni tampoco el lucro de algunos pocos y la miseria de los restantes, sino el bienestar de los individuos que componen la sociedad civil. Todos los individuos dedican gran parte de sus esfuerzos diarios a la actividad económica, pues de ésta depende su bienestar. Sin embargo, si en la realidad no ocurre que a similar esfuerzo exista una correlativa retribución, es por la enorme funcionalidad de los denominados agentes económicos, que son en último término los seres humanos en la perspectiva de su funcionalidad económica. Su funcionalidad proviene en gran medida del poder que les otorga el derecho de posesión, uso y usufructo de bienes materiales, y proviene también de determinados privilegios que pudieran detentar.

Los agentes se relacionan con el producto de dos maneras: como productores o como consumidores. Pero esta relación no está en un mismo plano. Lo que hace esta diferencia en una relación que se supone lineal es el poder relativo de las partes, la que proviene de dos factores. Primero, del equilibrio establecido por la cantidad que se ofrece y se demanda. Por ejemplo, si la oferta por trabajo es mayor que la que se demanda, la remuneración disminuye. Segundo, del derecho de posesión. Para ser agente económico se debe poseer algo. El hecho de poseer significa o un derecho otorgado por la estructura socio-política o una capacidad individual favorable.

Hay agentes que poseen el capital, otros que poseen las materias primas, otros que poseen sólo su propio trabajo, otros que poseen la capacidad para administrar una empresa, otros más que poseen los conocimientos técnicos y tecnológicos. La otorgación de un derecho y la normativa de su ejercicio dependen en último término de la estructura política. Posesión significa tanto dominio y sometimiento como una capacidad para ejercer fuerza, pues lo que se posee son estructuras funcionales que nos proveen energía o que son extensiones de nosotros mismos. Los tipos distintos de posesión son la fuente de las principales desigualdades sociales, y un Estado democrático tiene por función eliminarlas.

Tanto la forma de posesión de un bien como el modo de relacionarse con un producto determinan algún tipo de poder relativo y de un interés compartido en una determinada colectividad. Tanto el poder económico relativo de un individuo o de un grupo como el de una comunidad de intereses conforman estructuras socioeconómicas funcionales que gravitan sobre el Estado, en especial, sobre el gobierno, pues éste concentra corrientemente el suficiente poder como para dirigir, controlar, regular y proteger la estructura económica. Así, a través del gobierno capitalistas, empresarios, trabajadores organizados, propietarios y simples ciudadanos persiguen, cada cual por su parte, emplear el poder político relativo de que disponen para influir en una determinada estructuración económica que los pueda favorecer mejor.

En consecuencia, el gobierno está determinado en gran medida por las funciones económicas que los individuos más poderosos y grupos de poder le asignen. Estas funciones pueden variar desde las requeridas por una economía centralizada de un Estado totalitario, pasando por sistemas económicos más o menos planificados y por políticas de control y regulación, hasta los mínimos controles permitidos por una economía de laissèz faire. No obstante, incluso aquellas mínimas funciones estatales, como un estado de derecho que regule los derechos y obligaciones, una policía que aplique la ley, un poder judicial que sancione los delitos, etc., son esenciales para el funcionamiento de la estructura económica, pues sin éstas la nación no sería viable, cayendo en la anarquía. El conjunto de las funciones determinan los derechos de los agentes económicos, que son todas las personas naturales y jurídicas, para poseer recursos naturales, materias primas, capital, tecnologías, empresas, propiedades, productos, rentas, beneficios, remuneraciones, y disponer de todas aquellas cosas hasta el límite mismo permitido por las leyes que legitiman la posesión.

Por su parte, la misma estructura económica que se llega a establecer influye naturalmente sobre la estructura socio-política. Ella determina relaciones de poder entre los mismos individuos que establecen quienes, cómo y en qué medida deben realizar los esfuerzos para producir; quienes, cómo y en qué medida lo producido se puede consumir, lo que implica muchas veces la posibilidad misma de sobrevivir; y quienes, en último término, adquieren mayor poder para controlar y dirigir la economía. Todo lo cual produce, dentro de una sociedad, agrupaciones de los individuos en clases sociales que se identifican principalmente por sus funciones económicas individuales, más que por sus ingresos relativos. Son los intereses mantenidos en común el factor que induce a los individuos a identificarse dentro de una clase social particular, a adoptar los valores éticos y estéticos de clase y a tratar de controlar una mayor proporción del poder político total.

En general, aquéllos con poder económico se ubican a la derecha del espectro político, pues prefieren una estructura económica liberal, donde el poder del Estado tenga poca injerencia en los asuntos económicos, pero defienden una estructura política conservadora y autoritaria, pues se le señala al Estado el doble objetivo del poder necesario para imponer orden y disciplina al trabajo y la autoridad suficiente para proteger enérgicamente la propiedad privada. En tanto que aquéllos con poco o nada de poder económico se ubican naturalmente a la izquierda, que tradicionalmente se identifica con posturas socialistas. Suponen que si no se tiene el poder que la posesión de capital confiere, al menos se debe buscar el alero del poder político, que tendría la capacidad para limitar el poder del capital y la propiedad.



------------
NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Introducción y Capítulo 1 – Detrás de la economía.